por Foster Bailey
Fuente: (Marzo, 1924). The Beacon, XII (2), 178-84.
En Oriente se sabe desde tiempo inmemorial que hay hombres perfectos que viven en este globo en cuerpos físicos, y que es posible ponerse en contacto con estos hombres y recibir enseñanzas de ellos. También se les ha enseñado que la liberación que han logrado es la herencia y el destino de toda la humanidad y que este proceso de logro fue de naturaleza evolutiva. Y, además, las reglas de conducta y de autodisciplina y entrenamiento que eran necesarias para hacer tales contactos siempre han sido alcanzables por aquellos que buscaron con suficiente diligencia y consagración.
En el mundo occidental ha habido un abismo fijo entre el hombre como ser humano y el hombre como ser espiritual, que sólo puede ser salvado por la gracia divina, y en la feroz determinación del hombre de no dejar que nada se interponga entre él y su Dios, los eslabones de conexión en la escalera de la evolución del cuarto al quinto reino se han perdido casi por completo y la meta se ha alejado más allá del punto de logro práctico. Este ha sido, por lo menos, uno de los factores que han hecho que la Quinta Raza-Raíz, que está desarrollando preeminentemente los atributos de la mente concreta y, por lo tanto, está dispuesta, a ser práctica a toda costa, se aleje de las cosas espirituales para dedicarse a las cosas materiales. El cristiano occidental no se ha atrevido a tomar literalmente el mandato de Cristo: “Sed, pues, vosotros perfectos”, y el científico materialista se ha limitado al estudio y clasificación de sólo aquellos fenómenos que pueden ser contactados por los cinco sentidos. Aunque siempre ha habido en todas las razas y en todos los tiempos los pocos que lo sabían, porque ellos mismos estaban lo suficientemente evolucionados como para haber sido capaces de establecer sus propios contactos, con las realidades espirituales, sin embargo, en el mundo occidental permanecía el muro en blanco más allá del cual el hombre no se atrevía a ir con sus procesos mentales racionales.
En esta situación, la señora Blavatsky surgió hace unos cincuenta años, trayendo consigo la Antigua Sabiduría reunida y corroborada de todas las fuentes disponibles, y a través de ella estos hombres perfeccionados, los Mahatmas, hablaron al mundo occidental. El mensaje que ella brindó requería un vehículo de expresión para que pudiera perpetuarse más allá del ciclo de vida del vehículo físico, que ella como chela de estos Adeptos usó, y que pudiera ser usado por aquellos que han sido participantes en la vida de esa organización que ella fundó, estos Grandes Seres, a quienes ella reverenciaba y de quienes dio testimonio de primera mano, y que siempre fueron la esencia del motivo de su vida.
Los dos libros que precedieron a la aparición de la publicación de La Doctrina Secreta por Mme. Blavatsky y que fueron la primera aparición pública de las enseñanzas de estos Maestros, fueron El Buddhismo Esotérico y El Mundo Oculto, ambos de A. P. Sinnett. Estos libros fueron la presentación de las enseñanzas recibidas por el Sr. Sinnett de estos Grandes Maestros, a través de la agencia de Mme. Blavatsky, y es con un sentimiento de profunda gratitud hacia aquellos que asumieron dicha responsabilidad, que los estudiantes de todo el mundo ocultista y teosófico están proclamando ansiosamente la aparición en forma de libro de estos manuscritos originales.
Las Cartas de los Mahatmas M. y K. H a A. P. Sinnett transcritas y compiladas y con una introducción de A. T. Barker, es el título completo de un volumen extenso y cuidadosamente escrito de unas setecientas páginas de estos escritos únicos e invaluables.
Hasta hace muy poco, todas las declaraciones de estos manuscritos, excepto unas pocas y muy escasas, se han mantenido en secreto. Tanto es así, de hecho, que casi habíamos olvidado que estos hombres perfectos eran humanos después de todo. Tanto es así, de hecho, que todo lo que pretendía provenir de ellos había llegado al estado de absoluta infalibilidad, porque habíamos olvidado que su perfección era necesariamente sólo relativa y que, según la Ley, cuando funcionaban en los mundos inferiores, no sólo estaban sujetos a sus leyes, sino también a sus limitaciones, por mucho que trasciendan en conocimiento. en poder y en eficacia todo lo que nosotros, como hermanos menores, podemos lograr. Para aquellos aspirantes que no buscan la inestimable joya de la verdad, sino que más bien buscan apoyarse en alguna de las llamadas autoridades infalibles que reside en alguna persona o en algún documento, estas ideas no son relevantes, pero el que quiera ser un verdadero Chela asistirá con alegría y entusiasmo a estos escritos.
El Sr. Barker habla de estas cosas en su introducción de la siguiente manera:
Las cartas en la sección titulada Probación y Chelado, hacen un llamado profundo al corazón, tanto del místico como del ocultista. La instrucción, los muchos detalles íntimos, la sabiduría, todo está combinado para verter una nueva luz, no solo sobre los Maestros, sino también sobre toda la cuestión del chelado. Al leer estas páginas escritas hace cuarenta años, se llega a la convicción de que el sendero hacia los Maestros está tan abierto hoy como lo estuvo entonces. Pero la posibilidad de alcanzar cada uno la meta no consiste en seguir a algún guía personal, jurándole lealtad, sino en tener una firme devoción a la Idea, a los principios. El Maestro K.H. escribe sobre este particular: “Hay una tendencia a la adoración al héroe que se muestra con claridad, y usted, amigo mío, no está del todo libre de ella (…) Si usted ha de continuar con sus estudios ocultos y trabajo literario, entonces aprenda a ser leal a la Idea más bien que a mi pobre persona. Cuando algo tiene que ser hecho, nunca piense si yo lo deseo antes de proceder (…) Pero estoy muy lejos de ser perfecto y, por lo tanto, infalible en todo lo que hago (…) Usted ha visto (…) que aún un ‘Adepto’ no está exento de errores, debido al descuido humano, cuando actúa en su cuerpo” (CM, Carta Nº LV.)
Para atenuar las muchas anomalías creadas por la infortunada discrepancia que existe entre los Principios de la Sociedad Teosófica y el modo como sus miembros los llevan a la práctica individualmente, es preciso recordar que los Maestros, como se hace notar en estas cartas, ni dirigen ni controlan las acciones de sus discípulos. Según las reglas de la Fraternidad, a los discípulos debe dárseles “plena y entera libertad de acción; la libertad de crear causas, las cuales se convirtieron, a su debido tiempo, en su mortificación y en su picota pública (…) Nuestros chelas son ayudados sólo cuando son inocentes de las causas que los conducen a dificultades” (CM, Carta Nº LIV). El sendero del discipulado conduce al corazón de la Naturaleza misma; la condición de entrada es la obediencia plena y absoluta a sus leyes. Ante esas leyes inmutables aun el Adepto más elevado tiene que inclinarse humildemente. Se permite al candidato al discipulado todo aquello que es natural para el hombre. Ningún acto natural puede manchar. Pero “la Ciencia Oculta es una amante celosa que no nos permite ni la sombra de una propia gratificación”, y si el discípulo quiere alcanzar los planos espirituales más elevados, debe estar dispuesto a sacrificar y trascender los deseos naturales del cuerpo y llevar esa vida que, según las propias palabras del Maestro K.H. “es ‘fatal’ no sólo al curso ordinario de la vida conyugal, sino también al comer carne y beber vino” (CM, Carta Nº XVIII).
La publicación de estas Cartas para que todos las lean no es más que otra de las evidencias, vistas por muchos lados, de que en este momento hay un reavivamiento y reorganización general de los impulsos originales y un nuevo fluir de la corriente espiritual hacia el mundo occidental desde la Gran Logia Blanca misma. De muchas fuentes y a través de muchos canales diferentes, esta corriente se está haciendo sentir, y a medida que van apareciendo nuevas enseñanzas, es significativo que estas comunicaciones originales hayan salido a la luz, y que al examinarlas se encuentre que son tan vitales, tan verdaderas y tan aplicables en la actualidad como lo fueron cuando se escribieron originalmente durante el período de 1880 a 1884.
– “Introducción a Las Cartas de los Mahatmas” por A. T. Barker
Es completamente imposible reseñar un libro como Las Cartas de los Mahatmas como se podría manejar un volumen ordinario, pero es el privilegio de The Beacon Committee reproducir unas pocas porciones, seleccionadas un poco al azar y bastante apresuradamente, para que sus lectores, al probar el vino de esta rica vida, puedan adquirir una sed que los obligue a ir más lejos.
Foster Bailey
Marzo de 1924
Extractos de Las Cartas de los Mahatmas
Este otro nombre es: PROBACIÓN; algo que todo chela que no quiere permanecer simplemente ornamental, tiene que soportar nolens volens (lat. lo quiera o no) por un período más o menos prolongado; por esta mismísima razón, que está sin duda basada sobre lo que ustedes, occidentales, siempre verían como un sistema de embaucar o de engaño, yo, que conozco las ideas europeas mejor que Morya, he rehusado siempre aceptar o siquiera considerar a cualquiera de ustedes dos como: chelas. Así, pues, lo que usted ahora confunde con “embaucar” como proveniente del Sr. Fern, lo hubiera atribuido a M. si sólo hubiera conocido algo más de lo que conoce de nuestro sistema; en tanto que la verdad es que, el uno es por completo irresponsable por mucho de lo que él [Fern] está haciendo ahora y el otro está soportando aquello acerca de lo cual, honestamente, el Sr. Fern fue prevenido; lo cual, si ha leído la correspondencia como dice, sabría de la carta de H.P.B. a Fern, desde Madrás, carta que, en el celo de ella por los favores de M., le escribió a Simla, confiando con eso amedrentarlo del todo. A un chela bajo probación le es permitido pensar y hacer lo que le parezca. Es prevenido y avisado de antemano: usted será tentado y engañado por las apariencias; dos sendas se abrirán ante usted, ambas conduciendo a la meta que intenta alcanzar; una fácil, que le conducirá más rápidamente al cumplimiento de las órdenes que pueda recibir; la otra —más ardua, más prolongada— una senda llena de piedras y espinas que le hará tropezar más de una vez en su marcha, y al final de la cual usted puede probablemente hallar, después de todo, el fracaso y sentirse incapaz de cumplir las órdenes dadas para algún pequeña trabajo particular. Empero, mientras la última senda será causa de que las dificultades que usted ha sobrellevado en ella sean colocadas en el futuro, en el lado de su crédito; la primera, la senda fácil, puede sólo ofrecerle momentánea satisfacción y un cumplimiento fácil de la tarea. El chela se halla en perfecta libertad, y con frecuencia completamente justificado desde el punto de vista de las apariencias, para sospechar que su Gurú es “un fraude” como la elegante palabra expresa. Más que esto: cuanto más grande, cuanto más sincera su indignación, ya expresada en palabras o bien hirviendo en su corazón, tanto más capacitado está él y mejor calificado para convertirse en un Adepto. Es libre de, y no ha de rendir cuentas por, usar las más abusivas palabras y expresiones con respecto a las acciones y órdenes de su Gurú, siempre que salga victorioso de la ardiente prueba; siempre que resista todas y cada una de las tentaciones; que rechace toda seducción y pruebe que nada, ni aún la promesa de lo que él estima más querido que la vida, la más preciosa bendición —su futuro adeptado— es capaz de desviarle de la senda de la verdad y honestidad, o forzarle a convertirse en un impostor. Mi querido señor; difícilmente nos entenderemos nunca acerca de nuestras ideas de las cosas, ni aún del valor de las palabras. Usted nos llamó una vez, en cierta ocasión jesuitas; y vistas las cosas como usted las ve, quizá tuvo razón hasta cierto punto en considerarnos así, puesto que en apariencia nuestros sistemas de adiestramiento no difieren mucho. Pero es sólo externamente. Como dije una vez, ellos saben que lo que enseñan es mentira, y nosotros sabemos que lo que impartimos es verdad, la verdad única y nada más que la verdad. Ellos trabajan por el mayor poder y gloria (!) de su Orden; nosotros por el poder y gloria final de los individuos, de las y aún más forzados— de dejar a nuestra Orden y a sus jefes enteramente en la sombra. Ellos trabajan y se afanan y engañan para beneficio del poder mundano en esta vida; nosotros trabajamos y nos afanamos y permitimos a nuestros chelas que sean temporalmente engañados, para procurarles medios mediante los cuales nunca puedan ser engañados en adelante y ver todo el mal de la falsedad y perfidia, no sólo en esta, sino en muchas de sus vidas futuras. Ellos —los jesuitas— sacrifican su principio interno, el cerebro espiritual del ego, para nutrir y desarrollar mejor el cerebro físico del hombre personal y evanescente, sacrificando a toda la humanidad para ofrecerla como holocausto a su Sociedad: el insaciable monstruo, alimentándose del cerebro y la médula de la humanidad y desarrollando un cáncer incurable en cada sector de carne saludable que toca. Nosotros —los criticados y mal comprendidos Hermanos— buscamos persuadir al hombre a que sacrifique su personalidad —pasajero centelleo— por el bienestar de toda la humanidad y, en consecuencia, por sus propios Egos inmortales, una parte de los últimos, ya que la humanidad es una fracción del todo integral en que se convertirá algún día. Ellos están adiestrados para engañar; nosotros para desengañar; ellos hacen, de por sí, el trabajo del recolector de carroña —y exceptuando a algunos pobres y sinceros instrumentos suyos— lo hacen con amore y con fines egoístas; nosotros —dejamos eso a nuestros sirvientes, los dugpas a nuestro servicio, dándoles carte blanche por algún tiempo y con el sólo objetivo de extraer toda la naturaleza interna del chela, de cuyos escondrijos y rincones permanecerían oscuros y ocultos por siempre de no proporcionarse una oportunidad para poner a prueba, a su turno, a cada uno de esos rincones. Pierda o gane el chela la recompensa, eso depende sólo de él. Pero usted tiene que recordar que nuestras ideas orientales acerca de “motivos”, “veracidad” y “honestidad”, difieren considerablemente de vuestras ideas de Occidente. Ambos creemos que es moral decir la verdad e inmoral mentir, pero aquí se detiene toda analogía y nuestras nociones divergen en grado muy remarcable. Por ejemplo: ¿sería para usted una cosa muy difícil decirme cómo ocurre que vuestra civilizada sociedad occidental, Iglesia y Estado, política y comercio, nunca haya logrado adoptar una virtud enteramente imposible de practicar en sentido no limitado, ni por el hombre de educación ni por el estadista, el comerciante o algún otro ser viviente en el mundo? ¿Puede alguna de las mencionadas clases —la flor de la caballerosidad inglesa, sus más orgullosos pares y más distinguidos diputados, sus más virtuosas veraces damas— pueden algunos de estos decir la verdad, pregunto, ya en el hogar, ya en la sociedad, durante sus funciones públicas o en el círculo familiar? ¿Qué pensaría usted de un caballero o de una dama cuyas afables y corteses maneras y suavidad de lenguaje no encubriera falsedad y que al momento le dijera simple y bruscamente lo que piensa de usted o de otro cualquiera? ¿Y dónde puede usted hallar esa perla de comerciante honesto o de patriota temeroso de Dios, o político, o simple y casual visitante suyo, que no oculte sus pensamientos en todo tiempo, y no se encuentre, bajo la inculpación de ser juzgado como bruto o loco, a mentir deliberadamente y con osadía tan pronto como es forzado a decirle lo que piensa de usted a menos que por accidente, sus sentimientos reales no demandan ocultamiento?
Todo es mentira, todo es falsedad en nosotros y alrededor de nosotros, hermano mío, y es por ello por lo que usted parece tan sorprendido, sino afectado, cada vez que se encuentra con una persona dispuesta a decirle la verdad en su propia cara; y también por qué le parece imposible comprender que un hombre puede no tener malos sentimientos en su contra, y aún gustarle y respetarle por algunas cosas y, sin embargo, decirle en la cara lo que honestamente piensa de usted.
– CM, 274-7.
En esta etapa de nuestra correspondencia, incomprendidos como en general parecemos estar, aun por usted mismo, mi leal amigo, puede valer la pena y ser útil para los dos que se le ponga en conocimiento de ciertos hechos —hechos muy importantes— relacionados con el adeptado. Tenga presente, pues, los siguientes puntos:
(1) Un Adepto —el más elevado como el menos— lo es sólo durante el ejercicio de sus poderes ocultos.
(2) En cualquier caso que esos poderes son necesarios la voluntad soberana abre la puerta al hombre interno (el Adepto), quien puede emerger y actuar con libertad sólo con la condición de que su carcelero —el hombre externo— sea completa y parcialmente paralizado, según el caso lo requiera; viz.: ya sea (a) mental y físicamente; (b) mental, pero no físicamente; (c) físicamente, pero no por entero mentalmente; (d) ni lo uno ni lo otro; pero con una película akáshica interpuesta entre el hombre externo y el interno.
(3) Como usted podrá ver, el más pequeño ejercicio de poderes ocultos requiere un esfuerzo. Podemos compararlo al esfuerzo muscular interno de un atleta preparándose para usar su fuerza física. De la misma manera que no es probable que un atleta ocupe todo el tiempo en dilatar sus venas con anticipación a tener que levantar un peso, tampoco debe suponerse que un Adepto ha de mantener su voluntad en constante tensión y al hombre interno en plena función cuando no existe una necesidad inmediata para ello. Cuando el hombre interno descansa, el Adepto tórnase un hombre limitado por sus sentidos físicos y por las funciones de su cerebro físico. El hábito agudiza las intuiciones del último pero no es capaz de hacerlas suprasensibles. El Adepto interno está siempre pronto, siempre alerta, y eso es suficiente para nuestros propósitos. En momentos de descanso sus facultades también descansan. Cuando me siento para tomar mis comidas, o cuando me visto, leo u hago otra cosa, no estoy pensando ni aun en las que están cerca de mí; y Djual Khool puede con facilidad romperse la nariz hasta sangrarse al tropezar en la oscuridad contra una columna, como le ocurrió la otra noche —(justamente porque en vez de crear un “película”, paralizó tontamente todos sus sentidos externos mientras hablaba con un amigo distante)— y yo permanecía plácidamente en ignorancia del hecho. Yo no estaba pensando en él, y de ahí mi ignorancia.
De lo antedicho, usted bien puede inferir que un Adepto es un mortal común en todos los momentos de su vida diaria, menos cuando el hombre interno está actuando.
Una a esto el hecho desagradable de que nos está prohibido utilizar ni una sola partícula de nuestros poderes en conexión con los Eclécticos (por lo cual usted debe agradar a su Presidente, y a él sólo), y que lo poco que se hace es, como dijéramos, de contrabando, entonces, silogice así:
Cuando K.H. nos escribe no es un Adepto.
Un no-Adepto es falible.
Por lo tanto, K.H. puede con mucha facilidad cometer errores;
Errores de puntuación: que cambiarán con frecuencia, por completo, todo el sentido de una frase; errores idiomáticos, muy probable que ocurran, en especial cuando se escribe con apresuramiento como yo lo hago; errores producidos por confusiones ocasionales de términos que yo tenía que aprender de usted, puesto que es usted el autor de los términos “Rondas”, “Anillos”, “Anillos terrestres”, etc.
– CM, 214-5.
Recién ahora he tomado su nota de donde fue colocada por ella, pues aunque yo pueda tomar conocimiento de su contenido de otra manera, usted preferirá que el papel mismo pase a mis manos. ¿Le parece pequeña cosa que el año pasado lo haya usted empleado sólo en sus “obligaciones familiares”? Más aún, ¿qué mejor causa de recompensa, qué mejor disciplina, que la obligación cumplida a diario y a cada hora? Créame, mi “discípulo”, la mujer o el hombre que es colocado por Karma en medio de pequeñas y sencillas obligaciones, sacrificios y amorosas bondades, si las cumple fielmente, se alzará hacia las formas más elevadas de Obligación, Sacrificio y Caridad que debemos a toda la humanidad; ¿qué, mejor sendero hacia la iluminación que usted busca, que la diaria conquista del yo, la perseverancia a pesar de la ausencia de progreso psíquico visible, el sobrellevar los reveses de la fortuna con esa serena fortaleza que los convierte en beneficios espirituales, desde que el bien y el mal no han de ser medidos por acontecimientos en el plano inferior o físico? No se desanime porque su práctica esté por debajo de sus aspiraciones, pero tampoco quede contento admitiéndolo, desde que usted reconoce, con claridad, que su tendencia es demasiado a menudo hacia la indolencia mental y moral, más bien inclinado a dejarse llevar por las corrientes de la vida que a dirigir un curso directo suyo propio. Su progreso espiritual es bastante mayor de lo que conoce o puede darse cuenta y hace bien en creer que tal progreso es, en sí mismo, más importante que la comprobación del mismo por medio de su conciencia en el plano físico. No he de entrar ahora, en otros asuntos, pues estas son sólo algunas líneas de simpático reconocimiento de sus esfuerzos, y de sincero animo para que usted mantenga en el presente un espíritu calmo y valeroso hacia los acontecimientos externos, y un espíritu de esperanza para el futuro en todos los planos.
Suyo, en verdad,
K.H.
– CM, 445-6.