Las formas más puras de enseñanzas místicas de todos los tiempos han puesto de relieve la importancia de la atención. Esto ha sido destacado más particularmente en el Buddhismo
El Ch’an chino y el Zen japonés, que son emanaciones del Buddhismo original, también insisten en la importancia de una conciencia infinitamente más profunda y clara de la que estamos familiarizados. En una percepción global inmediata completamente libre de automatismos de memoria y hábitos mentales. En el Dhammapada se afirma que:
“En verdad, la atención es la senda hacia la Inmortalidad; la negligencia (en la atención) nos conduce a la muerte. Los que están atentos jamás perecen; los que son inatentos es como si ya estuviesen muertos.”
– Dhammapada, II.21. [NV: 12]
La verdadera meditación requiere una calidad de atención muy diferente de la que conocemos. Es diferente por su profundidad, por su serenidad, por el silencio del pensamiento, por la ausencia del habitual desfile de imágenes y palabras por la intensidad de su dinamismo, por la ausencia completa –psicológicamente– de una identificación con lo que se está atendiendo.
Pero, “¿quién está atento cuando están ausentes todos los hábitos mentales, todas las opciones, todas las repulsiones, todos los automatismos mentales del ego? ¿Y de dónde emana la prodigiosa intensidad de la energía que se revela durante un verdadero silencio interior (que ya no resulta de una voluntad del ego)?
Se acaba de publicar un libro reciente de Krishnamurti en inglés titulado La llama de la atención. La lectura cuidadosa de este libro es excepcionalmente rica en lecciones para todos aquellos que realmente buscan involucrarse en una exploración interna más allá de la especulación intelectual, las teorías, las imágenes y las palabras.
El libro se inspira en la experiencia de un estado del ser más allá del condicionamiento habitual del pensamiento y las tensiones conflictivas del ego. De hecho, es el estado supremamente natural donde el orden, la claridad y una calidad superior de inteligencia se revelan más allá de los límites y la naturaleza mecánica de nuestras operaciones mentales. La experiencia de este estado natural del ser es la única solución duradera al sufrimiento humano, a los conflictos que desgarran a la humanidad.
Krishnamurti hace la pregunta formulada por todos los seres humanos de todos los tiempos que han abordado los grandes problemas de la muerte, la crueldad y la felicidad, a la luz de la meditación profunda. Esto podría revelarnos, a pesar del desorden general que caracteriza al mundo exterior y a la vida interior de los seres humanos, la existencia de un orden universal en el que se nos daría a participar. Krishnamurti dice sobre esto (p. 30):
“El universo carece de causa; existe. Ese es un hecho científico.”
Vemos inmediatamente el nivel en el que se encuentra Krisnamurti. Es importante señalar que los recientes desarrollos de la ciencia han puesto de relieve la existencia en el comportamiento del Universo de procesos completamente diferentes de los concebidos por partidarios del azar (J. Monod) o determinismo estricto (E. Schoffeniels). Destacamos la importancia de esta nueva visión en nuestro ensayo: Más allá del azar y el anti-azar.
Desde entonces, esta visión ha sido confirmada por astrónomos como Hubert Reeves, así como por físicos como Henri P. Stapp de la Universidad de Berkeley, Edgar Morin o el ganador del Premio Nobel Ilya Prigogine. Para Krishnamurti, la realidad fundamental del universo, que es, por lo tanto, la de los seres humanos es un campo de conciencia pura sin causa, orden sin causa, amor sin causa. Pero Krishnamurti no busca tener autoridad en lo que le revela una experiencia interior constantemente renovada. Llama nuestra atención sobre el hecho de que somos completamente prisioneros de una forma de vida condicionada por la causalidad, por el rígido mecanismo de causa y efecto. Este es un proceso lineal y horizontal, totalmente atrapado en el tiempo, la duración y la continuidad de la conciencia.
Krishnamurti sugiere el acercamiento de un proceso de vida interior, liberado del condicionamiento del tiempo, la mecánica, la linealidad, esta “marcha estéril que va de lo conocido a lo conocido”, donde todo es solo repetición, memoria, cálculo, interés, codicia para llegar a ser, poseer, dominar.
Afirma sobre esto (p. 30):
“Pueden encontrar la causa de la ansiedad que les afecta, o la causa de que se sientan aislados en su soledad; pueden descubrir todas estas causas a través del análisis, pero jamás están libres de la causalidad en si. Todas nuestras acciones se basan en la recompensa o el castigo, por finamente sutiles que sean, lo cual constituye una causalidad. Para comprender el orden del universo, en el cual no existe causa alguna, es posible vivir una vida cotidiana en la que tampoco exista ninguna causa? Ese es el orden supremo.”
No es inútil insistir aquí en la elevación del pensamiento excepcional donde se encuentra Krishnamurti. Existe un abismo entre el nivel habitual de nuestra violencia, nuestros apegos, nuestras codicias, nuestros intereses y el ritmo de una vida supremamente natural y serena, vivida en gratuidad, espontaneidad, completamente liberada de las demandas y la mezquindad del ego.
Y, sin embargo, es en este nivel donde se encuentran todos los sabios y los “despiertos” de todos los tiempos.
Comprender el extracto que acabamos de traducir del inglés tal vez podría aclararse si reemplazamos la palabra “cause” por la palabra “goal”. Entonces medimos más fácilmente el abismo que nos separa del nivel del “estado supremamente natural”. Este clima se evoca en la sabiduría india en la noción de “Līlā”. En esta perspectiva, “el Universo” sería la expresión de un “Juego Cósmico” completamente liberado de las nociones de “objetivo” y “causa” que nos son familiares.
Por lo tanto, es necesario un inmenso reajuste para nosotros con el fin de admitir y comprender el nivel en el que se encuentra Krishnamurti cuando evoca la posibilidad de vivir interiormente libre de causalidad, mientras persigue una vida normal en el mundo exterior. Esto es también lo que evoca en otra forma de expresión cuando sugiere que “vivimos en lo conocido mientras estamos disponibles para lo Desconocido. Los Maestro del Ch’an y del Daoísmo utilizan un lenguaje similar, admirablemente resumido en la expresión de Wei Wu Wei, que sugiere que vivimos “noumenalmente entre los fenómenos” (Wei Wu Wei, All else is bondage, Hong Kong University Press).
Encontramos un clima similar en los famosos versos indios del Yoga-Vāsiṣṭha. Tienen el mérito de demostrar que no hay incompatibilidad entre la realización de lo que llaman “el estado trascendente sublime” y las exigencias de la vida concreta. Estos versículos también demuestran el error de aquellos que afirman que el estado “sin ego conduciría a la inacción”.
No podemos resistir el deseo de reproducir algunos de los fragmentos más interesantes del Yoga-Vāsiṣṭha:
“De Noble Conducta y pleno de ternura benevolente, conforme a las convenciones externas, pero por dentro liberado de ellas, actúa jugando en el mundo, ¡Oh Rāghava!
Percibiendo la evanescencia de todas las etapas y experiencias de la vida, permanece resueltamente en el estado trascendente sublime y actúa jugando en el mundo, ¡Oh Rāghava!
Externamente celoso en acción, pero libre en tu corazón de todo celo, activo por fuera pero pacífico por dentro, ¡trabaja poniéndote a jugar a ti mismo en el mundo, ¡Oh Rāghava!”
– Yoga-Vāsiṣṭha
Obviamente, lo anterior está dirigido a aquellos que ya han estado profundamente comprometidos con la exploración interna. De lo contrario, algunos tendrían derecho a suponer que estos fragmentos son contradictorios e incluso contienen cierta hipocresía. A veces hemos sido testigos de tales reacciones, que resultan de una identificación unilateral y excesiva con el aspecto externo de las cosas, así como con el ego.
Estas son las razones por las que Krishnamurti insiste en la meditación. Afirma sobre esto (p. 30):
“Es extraordinariamente importante conocer y comprender la profundidad y belleza de la meditación. Desde tiempos inmemoriales, el hombre siempre ha estado preguntándose si existe algo más allá del pensamiento, más allá de las invenciones románticas, más allá del tiempo. Siempre se ha preguntado: Hay algo más allá de este sufrimiento, más allá de las guerras, de la constante batalla entre los seres humanos? ¿Existe algo inmutable, sagrado, absolutamente puro, no contaminado por ningún pensamiento, por ninguna experiencia? Desde los tiempos antiguos, éste ha sido el interrogante de todas las personas serias. Para descubrir eso, para dar con ello, es imprescindible la meditación. No la meditación repetitiva; eso carece por completo de sentido. Cuando la mente se halla libre de todo conflicto, de cualquier afán del pensamiento, existe entonces una energía creadora que es auténticamente religiosa. Dar con esa energía que no tiene principio ni fin, es la verdadera profundidad y belleza de la meditación. Ello requiere libertad con respecto a todo condicionamiento.
La completa seguridad está en la inteligencia compasiva –seguridad total. Pero nosotros deseamos seguridad en las ideas, en los conceptos, en los ideales; nos aferramos a esas cosas, ellas son nuestra seguridad –por falsas, por irracionales que sean. Donde hay compasión con su suprema inteligencia, hay seguridad –si es que uno busca la seguridad. En realidad, donde hay compasión, donde existe esa inteligencia, no hay problema alguno de seguridad.
De modo que existe una fuente, una causa original de la que surgen todas las cosas, y esa causa original no es la palabra. La palabra nunca es la cosa. Y la meditación consiste en dar con esa causa que es la fuente original de todas las cosas y que está totalmente libre del tiempo. Este es el camino de la meditación. Y bienaventurado es quien lo descubre”.
Revue Être Libre. No 299. Avril-Juin 1984.