Estoy abrumado de qué hacer, pero he descubierto el secreto de no sentir el cansancio y tal como supones estoy libre de monstruos y serpientes y animado sólo por el impulso de las águilas.
– J. Vasconcelos, Carta a Alfonso Reyes, Julio 27 de 1920.
Yo volveré, con este sol, con esta tierra, con esta águila, con esta serpiente, y no a una vida nueva, o mejor o semejante: volveré eternamente a esta misma vida, idéntica, en lo más grande y en lo más pequeño, para enseñar de nuevo el eterno retorno de todas las cosas, para decir de nuevo la palabra del gran mediodía de la tierra y de los hombres, para volver a anunciar a los hombres la venida del superhombre.
– Nietzche, Así habló Zaratustra.
Y sólo tendremos patria y raza y noble imperio sobre una hermosas zona del mundo, ¡así que en nuestras almas el águila destroce a la serpiente!
– J. Vasconcelos, Cuando el águila destroce a la serpiente, 1920
José Vasconcelos Calderón filósofo, educador, político y escritor nació en Oaxaca, México, el 28 de febrero de 1882. Su infancia fue de vagamundo pues la familia cambió continuamente de residencia por el trabajo del padre. Lo que le permitió percatarse de muchos de los problemas de los indígenas mexicanos.
Se opuso al porfiriato en todos los terrenos; en el económico por la explotación de las mayorías; en el político por la sucesión presidencial; en le filosófico y educativo por el positivismo y hasta el evolucionismo; en el cultural por las limitadas opciones que ofrecían los “científicos” y su voluntad personal de traspasar las fronteras del espíritu. En su rebelión llegó así a proponer hasta lo irracional, lo mágico y lo esotérico, todo con el objeto de lograr un visión general de la vida diferente a la que prevalecía.
La oposición de Vasconcelos fue activa: por un lado se unió al movimiento político del maderismo y por otro al movimiento intelectual del Ateneo de la Juventud. De modo que política y culturalmente participaba. Y pronto probó tanto las delicias del cultivo del espíritu y de la discusión. En ambas líneas compartió sus afanes con lo mejor del México de entonces, desde los revolucionarios más idealistas y democráticos que eran los seguidores de madero, hasta los pensadores más lúcidos como Alfonso rayes, Antonio Caso y Pedro Henríquez Ureña.
Vasconcelos había estudiado derecho en la ciudad de México y aunque durante un tiempo ejerció actividades relacionadas con él, la filosofía fue su pasión. Pero una que era también una estética, que unía al pensamiento, la palabra y la belleza en una conjunción particular de neoplatonismo, yoguismo hindú, budismo y cristianismo. Amalgamaba este pensador ciencia y poesía, mito con teología, rezón con emoción” y tomaba de todo, de los Evangelios, Potino, Tolstoi, Nietszche, ahí donde encontrara lo que buscaba: el misticismo, la grandeza, la iluminación. A Vasconcelos lo marcaba una profunda religiosidad en el sentido más amplio pues en ella cabían Pitágoras y Prometeo, Cristo y Buda, Dostoievsky y Wagner, el erotismo, la literatura y la aspiración a la superación espiritual y al absoluto. Y fue esto lo que después, cuando fue Rector de la Universidad (a la que compuso su lema: “Por mi raza hablará el espíritu”) y Secretario de Educación Pública, quiso transmitir a los estudiantes del país: hacerles creer en las posibilidades de la voluntad, la energía y la educación, hacerles subir por el camino de los libros hasta la cima de lo humano. Fue eso lo que pediría a Diego Rivera en los murales que él mismo le encargó pintar y a Gabriela Mistral en las conferencias que él mismo le invitó a pronunciar.
Quería que la gente pensara, aprendiera, se elevara. Creía en la cultura y quería que todos llegaran a ella. Pensaba que sólo el trabajo y el saber redimen, y su obsesión fue redimir y elevar a México. Una obsesión absolutamente revolucionaria y sólo posible en un país que acababa de pasar por una revolución.
Bajo los auspicios del presidente Álvaro Obregón puso en marcha una gran empresa educativa y cultural que como decía él “unifique la heterogeneidad cultural del país, redima al hombre y dé orientación a los esfuerzos nacionales”. Vasconcelos conseguía así poner en práctica sus ideas, “hacer posible la utopía”, “cumplir una obra, una obra terrestre”, “hacer una acción que merezca la eternidad”.
Para cumplir sus propósitos, Vasconcelos desplegó una actividad febril e intensa. Su proyecto consistía en un amplio programa cultural y educativo que ya no sólo quería formar ciudadanos, sino hombres nuevos, a los que ya no sólo le importaba instruir, ni siquiera sólo educar sino transformar. Un hombre nuevo liberado de la necesidad y la maldad.
En resumen podemos decir que el proyecto educativo vasconcelista tuvo tres fuentes principales:
La herencia de Justo Sierra, que tenía una visión de conjunto de los problemas del país y una política definida de educación y cultura, y que estableció varias estructuras que sobrevivieron a la revolución.
Una toma de posición contra el positivismo, cultivada en el Ateneo de la Juventud. A la clasificación comtiana de las ciencias, Vasconcelos opone un ideal, una mística, el alma y la emoción; sus ideas bergsonianas sobre el “impulso vital”, la literatura, el arte desembocan en una filosofía espiritualista. “Toda una pedagogía implica una tesis sobre el destino y no solamente una ciencia de los objetos”, escribió en De Robinson a Odiseo.
La reforma de la educación soviética a partir de 1918, impulsada por Lenin y Krupskaia, que él estudió durante su exilio californiano. El propósito de congruencia total desde el jardín de niños hasta la universidad, las técnicas de difusión cultural, los festivales populares, las ediciones de gran tiraje y bajo precio, la multiplicación de las bibliotecas, la sistematización de la alfabetización, la protección del patrimonio cultural tuvieron aquí su inspiración; rechazó, en cambio, el propósito de politizar la educación subordinándola totalmente a los fines del Estado.
Con estos elementos, Vasconcelos concibió una gran “cruzada educativa y cultural”, con amplia visión social e intención inclusiva. Su visión irradió en ocho direcciones:
- La creación de un ministerio federal de Educación Pública –pese a la resistencia de algunos estados celosos de su autonomía– que establecería un poder central fuerte y eficaz.
- La campaña de alfabetización, iniciada ya desde la rectoría de la Universidad, que logró enseñar a leer y escribir a 100 000 adultos y obtuvo un gran consenso y colaboración.
- La construcción de locales escolares, en escala hasta entonces desconocida.
- La formación de un nuevo tipo de maestro y su revaloración social; las misiones culturales y los maestros rurales fueron los más característicos.
- Un concepto de educación que adoptó los principios de la “escuela activa”.
- La relación de la educación con otros problemas nacionales, con fin, por ejemplo, de apoyar la reforma agraria contra el latifundio, desterrar el militarismo, castellanizar a los indígenas e “integrarlos” al desarrollo, o de incorporar a las comunidades más apartadas mediante el establecimiento de escuelas rurales, etcétera.
- Una visión de la “cultura” como factor de liberación y de dignificación de la persona, parar tender a la “civilización perfecta”: la que propone – escribió – el mayor aprovechamiento de la energías del mundo y de las energías del cuerpo, en beneficio de una vida espiritual más intensa y más amplia” (Estudios indostánicos, Obras Completas, III, p. 201). De aquí la fe en los clásicos y la revaloración del libro.
- La conciencia de nuestra identidad mestiza y la afirmación de nuestra vocación latinoamericana. (Latapí, 1999. pp. 24-26)
Vasconcelos se cuenta entre los primeros que, en Latinoamérica, luchan y actúan para instaurar una cultura a la vez nacional, continental y popular. Lanza una serie de llamados de inspiración espiritualista y pacifista a la juventud del continente iberoamericano.
En su afán por pensar en una América que no siguiera el modelo europeo sino que fuera germen de “una civilización nueva, una cultura original, una personalidad independiente” proponía una nueva manera de ver el mundo, en la que lo que antes se consideraban las lacras de este continente, se volvían ahora sus virtudes: el mestizaje, la geografía. En ellas fundaba el mundo del futuro, el camino a la grandeza.
Vasconcelos hablaba de una estirpe indoibérica mestiza, que encarnaba el nuevo ideal del individuo y de la sociedad, capaz de homogeneizar y dar lugar a una nueva raza, la raza cósmica, síntesis del genio y la sangre de todos los pueblos.
En breve el vuelo del águila supo enseñarnos como destruir la serpiente de la discordia, de la injusticia, de la ignorancia, del aislamiento y de la enajenación. Las miradas se vuelven, a intervalos, hacia el cielo del Anáhuac, buscando divisarlo otra vez. Era pues, necesario bosquejar brevemente el tramo más radiante y soberbio de su trayectoria.
José Vasconcelos murió en la ciudad de México el 30 de junio de 1959.
“Espero que algún día conozcan a José de Vasconcelos (el ex ministro de Instrucción Pública de México) y su obra admirable de educación pública. Él encabeza a toda la joven América.”
– Romain Rolland, Carta a Kalinas Nag, Febrero 9 de 1925.
Bibliografía:
Fell, Claude (1989). José Vasconcelos: Los años del águila (1920-1925). UNAM: México.
Latapí, Pablo ( 1997). Un siglo de educación en México. Tomo I. FCE: México.
Nietzche, F. Así habló Zaratustra.
Rolland, Romain (1925). Carta a Kalinas Nag.
Sefchovic, Sara (1988). «Introducción», en Lecturas para Mujeres. SEP: México.
Vasconcelos, J. (1920). Carta a Alfonso Reyes.
Vasconcelos, J. (1921). Cuando el águila destroce a la serpiente.
Para saber más:
La raza cósmica. Misión de la raza iberoamericana:
http://www.analitica.com/bitblioteca/jose_vasconcelos/raza_cosmica.asp
Obras:
http://www.colegionacional.org.mx/Vasconce.htm
12 de Enero de 2001